Del crecimiento de la creencia a la creencia en el crecimiento

 

Hace algunas décadas, cuando se hablaba de religión, estaban los ateos, los agnósticos y los creyentes. Los segundos eran sin duda los más sabios si su proceso consistía en afirmar que no se puede conocer aquello que tiene que ver con lo absoluto estando en lo relativo. Sin duda lo eran mucho menos si su postura consistía simplemente en no querer tomar una postura para quedar en buenos términos con todo el mundo. Los primeros y los últimos, por su parte, afirmaban sus creencias, cualquiera que fuera su adhesión o rechazo del dogma. Sostener que dios existe o que no existe resulta en cierto punto sentido lo mismo. Efectivamente, fundar una convicción sobre un simple postulado conlleva el riesgo de reforzar los prejuicios e impedir el acceso al campo de la experiencia, lo único apto para validar el conocimiento. Sin duda, al lado de tantas personas que desarrollan una creencia ciega, hay personas que viven una verdadera fe que se asemeja más bien a una confianza en la vida que a una adhesión a los dogmas. Sin embargo, esta confianza no está basada sobre una noción de trascendencia, ciertos agnósticos e incluso ateos pudiendo definitivamente vivirla tanto o más que algunos creyentes.

El día de hoy las creencias religiosas han vuelto a fluir y muchas personas dedicadas a una búsqueda interior podrían ser calificadas de “practicantes no creyentes”. Es el caso, al parecer, de muchos adeptos del yoga, del budismo, del tai chi, del taoísmo, del chamanismo… En cambio, la creencia ciega y el dogmatismo desafortunadamente no han desaparecido. Han abandonado en buena parte el dominio de lo religioso para desarrollarse insidiosamente en el cientifismo. Esta nueva creencia consiste en pensar que la ciencia y sus aplicaciones tecnológicas son en principio buenas y aptas a resolver todos los problemas de la humanidad. En este contexto, entre las aberraciones que circulan actualmente bajo un tono serio, hay una que se tiene por “verdad revelada” por los partisanos del economismo, esta nueva ideología que surfea sobre una ola de cientifismo: el crecimiento ilimitado. “Aquel que cree que el crecimiento puede ser infinito en un mundo finito o es un loco o un economista”, afirmaba desde los años setenta Kenneth Boulding, economista estadunidense de origen inglés.

Hemos creído demasiado y hemos crecido demasiado. Ahora nos hace falta decrecer y para esto necesitamos “descreer”. Si el verbo no existe oficialmente (en francés) hay que popularizarlo hasta hacerlo entrar en el diccionario: ¡no hay decrecimiento sin descreencia!

 

Crecimiento y decrecimiento, un ciclo natural

 

Sin embargo Rabelais ya nos había prevenido: “ciencia sin consciencia no es más que ruina del alma”. Hoy podríamos agregar “y ruina del ecosistema planetario”. La alternancia del crecimiento y del decrecimiento es a pesar de ello un proceso natural. Es más, es necesario que las cosas decrezcan para que algo nuevo crezca; cuando la luz crece, la oscuridad decrece y viceversa. No se puede separar el día de la noche, no se puede impedir que la luna decrezca cuando ha acabado su fase de crecimiento y crezca de nuevo cuando ha terminado su fase de decrecimiento. Pasa lo mismo con el sol, los planetas y las temporadas y todos los ciclos de la naturaleza. Ya sea a nivel del macrocosmos o del microcosmos, la manifestación se desarrolla de manera cíclica con las fases de crecimiento y de decrecimiento. Preconizar un crecimiento ilimitado es como querer forzar a la luna a continuar creciendo cuando esta esta llena o esperar que los días sigan prolongándose aun después del solsticio de verano. Podríamos sugerir a nuestros dirigentes y a sus economistas designados contemplar un poco más la luna y vincularse más con las estaciones.

El conocimiento de este proceso natural de crecimiento/decrecimiento debería impregnarse como una evidencia en cualquier pensamiento económico digno de ese nombre. Esta toma de consciencia comienza a desarrollarse y el concepto de “decrecimiento” ha sido revindicado por una parte de los ecologistas. En el contexto actual, conviene sin duda poner en marcha un decrecimiento global para enfrentar los retos ecológicos y económicos de nuestra época pero sin por lo tanto derivar hacia un nuevo dogmatismo. No se trata de preconizar el decrecimiento como una nueva ideología, en efecto, necesitamos el decrecimiento, pero también el crecimiento, selectivo, fundado, equitativo y que tome en cuenta los equilibrios dinámicos.

 

La alternancia de la respiración, llave del conocimiento

 

Hemos visto la importancia de permanecer vinculados con los ciclos externos de la naturaleza y de los planetas, pero es aun más vital conectarse a los propios ciclos internos y en particular aquel de la respiración que determina nuestra relación al mundo. La respiración esta en el corazón de cualquier proceso de conocimiento interior, en particular del yoga, del cual constituye un elemento central. La respiración ilustra la vida misma en su dinamismo, la exhalación se hace naturalmente después de la inspiración e inversamente. Nadie puede inhalar indefinidamente sin confrontarse rápidamente a sus limites. Preconizar un crecimiento ilimitado es un poco como negarse a expirar después de inhalar. De la misma manera que hemos sugerido a nuestros dirigentes y a sus economistas designados relacionarse más con la luna, podríamos aconsejarles que integren y desarrollen una conciencia de la respiración. Esta consciencia lleva a un retorno a la evidencia: la alternancia es un proceso natural que no podemos ignorar, después de la inhalación viene la exhalación, después del aflujo viene el reflujo, después del crecimiento viene el decrecimiento. En las diferentes disciplinas que trabajan con la respiración y en particular en el pranayama, se encuentra la idea de ligarse al movimiento dinámico de la respiración para integrarse mejor en la danza de la vida. La toma de consciencia de la respiración lleva a la toma de consciencia de nuestra interrelación y de nuestra interdependencia con el medio ambiente. Esta reduce progresivamente nuestra tendencia a considerarnos como entidades aisladas, separadas del mundo, conlleva una cierta fluidez en nuestra relación al “exterior”.

 

El abandono de la expiración, apertura hacia la liberación

 

Todos los enfoques yóguicos y meditativos hacen énfasis en la respiración, pero en particular enfatizan la exhalación. Esta fase de la respiración se considera la más importante, ya que permite soltar las garras del ego. Incluso las personas que no practican yoga utilizan la exhalación para aliviar demasiada tensión, rigidez, ansiedad... se le llama suspiro. Cuando exhalamos liberamos, nos relajamos, desatamos, nos rendimos, ofrecemos. Aunque la inspiración es necesaria y natural en el proceso de la respiración, ésta ayuda a fortalecer nuestra dependencia del entorno y nuestra tendencia a captar, incluso a monopolizar. De hecho, cuando inhalamos absorbemos, tomamos, mientras que cuando exhalamos restauramos, damos. Por eso, siempre se recomienda exhalar cuando se afronta una dificultad, ya sea en la práctica o en la vida cotidiana. Así mismo, es recomendable expirar al hacer un esfuerzo físico, ¡la persona que corta madera no pensaría en inhalar golpeando con su hacha el tronco! Por el contrario, amplifica su exhalación jadeando. Es más fácil adoptar o dejar una postura de yoga difícil mientras se exhala. Se dice que no hay dolor al exhalar y que si hay algún peligro hay que exhalar. Expirar también es morir, y rendirse a la exhalación es posiblemente una de las mejores formas de prepararse para la muerte. En meditación, a menudo es aconsejable seguir la respiración soltando todo durante la exhalación. En pranayama aprendemos a retener el aire en la garganta (ujjay) para alargar las dos etapas de la respiración libremente para entrar en ritmos particulares. A veces hacemos respiraciones equilibradas (samavritti), pero en general duplicamos el tiempo de exhalación en comparación con el de inspiración (visamavritti). Adoptar este ritmo respiratorio sin forzar las respiraciones es una práctica relajante. Cuanto más alargamos las respiraciones manteniendo esta proporción (la exhalación dura el doble que la inhalación), más control ganamos al reducir la dependencia del entorno y más acentuamos los efectos beneficos de la exhalación. Es a partir de este ritmo básico (un tiempo de inspiración para dos tiempos de respiración) que entrenamos al ritmo 1-4-2 (un tiempo de inspiración, cuatro pulmones llenos, y dos veces de exhalación), para alcanzar el pequeño pranayama (contando lentamente 8 en la inspiración, 32 en la parada de la respiración a pleno pulmón y 16 en la expiración). Mantener este ritmo durante un gatika (24 minutos) es un umbral en el entrenamiento del pranayama.

 

Si ujjay (la respiración victoriosa) permite que la exhalación se alargue considerablemente, hay otra respiración llamada kapalabhati (la luz en el cráneo) que lleva esta lógica de dar la preponderancia a la exhalación aún más. En efecto, esta respiración atípica consiste en no inhalar nunca, realizando una sucesión de breves exhalaciones acompañadas de un pequeño movimiento del estómago a un ritmo bastante rápido. Por asombroso que parezca, es posible permanecer varios minutos, incluso decenas de minutos, respirando de esta manera sin siquiera tomar una inspiración voluntaria, una vez que uno ha adquirido el dominio de esa respiración.
Pero no es el propósito de este texto presentar una descripción detallada de estas técnicas, que también deben ser guiadas necesariamente por una persona calificada.

 

Entrar en la fluidez de la respiración

 

A la luz de lo anterior desearíamos a este planeta una exhalación larga y profunda, un dejar ir en plena conciencia, para salir de la lógica del siempre más, esta carrera precipitada guiada por la negación de la muerte que caracteriza nuestra era productivista y consumista. La tendencia a acumular bienes materiales (a menudo en detrimento de otros) proviene del miedo a carecer. Se dice en diferentes tradiciones que todos los miedos provienen del miedo a morir. La práctica de respiraciones como kapalabhati, nivritti (literalmente "no respirar") o bahirkumbhaka (retención de la respiración con los pulmones vacíos) permite darse cuenta de que uno puede subsistir con muy poco aire. Esta conciencia disminuye o incluso elimina el miedo a perderse y reduce gradualmente el miedo a morir. De manera más general, la integración de la respiración en la práctica y la vida de uno hace posible darnos cuenta concretamente de que es nuestro bien más preciado. Desde el primer aliento hasta el último, la respiración es el hilo conductor de nuestra vida que es movimiento, intercambio, fluidez ... Debemos aceptar morir para renacer, debemos aceptar ofrecer para recibir, debemos aceptar disminuir para crecer de nuevo. No se necesita mucha sabiduría para resolver esto, es solo sentido común. ¡Promover un crecimiento ilimitado es un poco como negarse a ir al baño después de una comida copiosa! Disminuir en un nivel puede permitir que uno crezca en otro nivel.

 

La disminución de la ignorancia provoca el crecimiento de la conciencia, la disminución de la codicia y de la avaricia genera el aumento de la responsabilidad y la justicia, y viceversa. ¡La vida es movimiento! La conciencia de la respiración solo puede conducir a una mayor conciencia de los flujos dinámicos que gobiernan nuestra vida y la de nuestra biosfera. La práctica del pranayama nos enseña a saborear la respiración. Amar respirar es amar vivir, respirar plena y conscientemente nos lleva hacia la satisfacción (shantosha) y el no apego (aparigraha). La práctica de la respiración como se enseñó en el yoga durante milenios sin duda puede agregar algo de sabor a la "feliz sobriedad" de la que hablan los decrecientes.

 

Khristophe Lanier

Publié dans InfosYoga n°99_Nov/Dec 2014

Artículo traducido del francés por Karla Segura.

 

 

 

 

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